(a Esteban Santa Coloma)
Hombre que has cruzado todas las civilizaciones
como cualquier astro o insecto alrededor de la noria de la tierra.
Serviste al emperador de la China, entre dragones
de piel de alucinado verde, de un verde de minas de esmeraldas,
en las que hubiéranse derrumbado todas las estrellas.
Y todas las verdes hojas. Y todas las verdes frutas de todas las primaveras.
Y Budas nacidos entre las miasmas,
que alcanzaron su estirpe a la sombra de la flor del té,
del arroz y de la amapola.
Yo digo que el arroz es semejante a una muchacha desnuda
que diera de beber al viento.
Por el faraón, atravesaste el desierto,
Llevando en un jeróglifo al orfebre macabro, el mandato de su sarcófago.
Serviste al Inca, que tenía por trono al sol,
y al señor feudal, corazón y manos de hierro.
Jerusalén, dominada fue por el fierro. ¡Aleluya!
Pechos, espaldares, calaveras de lata:
algo de vosotros mismos, vuestras armaduras,
ahora, en los museos, en posición firme, para siempre.
También, al príncipe del Renacimiento, envuelto en capa de púrpura,
sangre de sus rivales, Calles de Roma, Milán, Sicilia. La espada,
produce armonías de violines de Cremona.
Canales de Venecia, arias magníficas,
la cabeza del gondolero cae al agua y canta su requiem.
Tú cruzaste los países del mundo,
antes que los caminos fueran trabajados por los esclavos,
orientado sólo por el canto primitivo de los aedas.
Y, entre aldea y montaña, llevaste las noticias
de la muerte y del nacimiento de los dioses.
Tú comunicaste los continentes
antes que Marco Polo, Colón, Magallanes,
con una vela rota y el timón de su corazón.
El vate, comentó lo inverosímil,
y tú lo rubricaste entre aldea, pueblo y ciudad.
Por vosotros la fantasía se hizo aventura,
y la aventura, empresa de insignes capitanes.
Oh mundo! epopeya de hombres.
Oh mundo! sacrificio de pueblos.
Lo canto y abarco todo el universo.
Por eso te canto y te exalto a tí
hombre humilde y leal.
Varón primitivo, antiguo y moderno.
Ciudadano, aún, de hoy, entre la riqueza y el suburbio.
Ciudadano también de mañana.
Cuando todo sea nuevo como el primer instante de Dios.
Hombre con algo de santo y algo peregrino.
Hombre rural y, también. ciudadano.
Tú llevaste a Tiberio la noticia de la crucifixión de Cristo.
Y a los amigos de Judas que se negaron sus amigos
y se pelearon las treinta monedas, su traición.
A los pueblos de Europa, la nueva de la caída de la Bastilla
y el fin de la esclavitud.
A los granaderos de Napoleón y a los soldades de Flandes,
la buena y la mala de los suyos.
En el Romancero, estás escondido, ausente.
Así en la garganta, la palabra,
o en el corazón, el sentimiento.
Pero tú disfrutaste de la belleza de humo de la ojiva.
Para tí sonrió el rostro de hostia consagrada
de las vírgenes medioevales
y tú gozaste el perfume de sus trenzas nocturnas.
Tú entregaste a don Quijote
el comentario más triste:
La muerte de Sancho, en una taberna de Castilla,
abrazado a una fregona.
Ahito de realidad, de andanzas, de miseria.
Ahito de muerte eterna.