Llegado septiembre tendrá fecha nuestro contrato,
debo un par de letras al banco de la fidelidad
y tú, que el deseo te ha prestado hipoteca,
no pareces darte cuenta que el amor se hunde
como las pinzas de la ropa caen
aullando por mi patio interior.
Dejamos hace tiempo de intentarlo,
cuando la costumbre como el polvo
se había posado sobre nuestro mobiliario,
cuando la desidia se acumulaba
por el suelo como vacías botellas,
y para colmo se anegó el apartamento
por las mismas goteras siempre.
No soporto que te rindas
sin condiciones, que te cruces
de brazos como si ya el agua hubiera
llegado al cuello de la última ruptura.
No me dejas alternativa,
morir en los caninos del incierto destino,
probablemente soledad afilada,
o disparar con el fusil de mi abuelo
nuestra cómoda vida diaria;
morir al grill de un amor casi intacto,
o matar por dichas más imaginadas que ciertas.
Te has empeñado ciegamente
en arrastrarme atada a tus noventa
caballos, hirviendo mis manos y mi espalda,
por ti, desabrido amor.
Doy por seguro que despertaré a balazos
y todos estos años como sesos
esparcidos por la pared.