Cada vez que descorro los visillos
de mi ventana, lo veo. Está ahí,
jugando con la hierba; entre la niebla
mirándome con sus ojos tristes,
culpándome, sin voz, de su abandono.
Otras veces no me mira
y hace pompas de jabón
que la brisa acerca a los cristales
dejando en el aire
un arco iris de pétalos y plata
que sólo borrará la lluvia de la noche.
Me siento a escribir versos a la sombra,
en esta escarcha blanca,
anís y cera,
y me llama sin voz por los hilos del tiempo,
y me llama sin voz
reclamando crisálidas
que tuvo y ya no existen
porque el tiempo parió
un rebaño de ojos ciegos y de llaves.
Cada vez que descorro los visillos
hace frío
y ese niño me mira desolado
jugando solitario y sin hablar.
Roto juega en el silencio
atando a un árbol deshojado
el columpio sin luz de mi suicidio.