Costa Rica es mucho más que un hombre y una mujer.
Mejor dicho: un hombre y una mujer juntos, abrazados,
tomados de las manos y retozando por los surcos de
fábricas, aulas, ríos, bajuras, playas incendiándose,
ensenadas, lagunas, canales, riberas del viento,
el azogue de edificios y máquinas roto en las ciudades.
Juntos. Plurales.
Dicho de otra manera: Costa Rica es una multitud
de mujeres y hombres en marcha hacia el sol y la estrella
en compañía de bestias, plantas, algas, peces,
musgo del árbol, gamuza y porción de la abeja
por la cintura de un continente azulverdoso en llamas.
Marcha unida de todos los colores, todas las voces,
en el temporal entramado donde estallan las flores.
Porque despierta y abre las puertas de la lluvia.
Dispuesta con manos trabajadoras y estudiantiles,
manos de argamasa y piedra, barro primigenio,
espuma y clavecín, martillo y albaricoque,
de metal acerado, frío calor de trompeta, suave bordado,
carnaval de cuerpos, no títeres.
Costa Rica somos estas mujeres y hombres en reunión
bajo el cielo de la patria por la cual lucharon y murieron
Juanito, Pancha , Calufa, Lyra, Debravo,
y tantos héroes anónimos invisibilizados por el ácido y el scotch.
Es la milenaria conciencia después del sueño que no tuvimos,
voluntad que ha dicho NO y echado a andar
para detener la venta de colinas y playas, sus lechos marinos,
bosques centenarios, animales que versifican la Gran Canción.
Costa Rica es eso y mucho más: estos puños, aquéllas banderas,
estas palabras que escribo y fijo sobre el fondo de otras imágenes.
Palabras renegadas para alcanzar la orilla del amanecer en su diapasón.