El color de la pitahaya de Adriano Corrales Arias

Asombra la lujuriosa sombra veteada color violeta
casi azul del espumante cristal
contrastado contra el rojo mantel
donde la erótica tropical del aguacate
con faldas de lechuga y otras viandas envuelven
la severidad de tu rostro transparente
por donde pasan hombres mujeres niños niñas
amores odios pasiones silenciosamente
correría de deseos tensas calmas después del éxtasis
por las calles soleadas de la ciudad extranjera
con sus aceras desiertas un domingo a media tarde
avenidas partidas en dos por la luz herida e hirviente
el repiquetear de campanas lejanas
tamizado por el bramido de algún auto desdentado
un perro ladrando la desventura del tiempo que se va
mientras el desahuciado equino cruza cabizbajo la rotonda

Borbotean esquirlas de luz en el cóncavo cristal magenta
un silencio ambiguo acaricia el temblor de tus manos
esas mismas que horas atrás atenazaban las sábanas
en un amarre y desamarre de tus muslos bajo el agua turbulenta
abrazados furiosamente al movimiento centrífugo / centrípeto
de mi espasmódico braceo de náufrago en el encumbramiento

Ahora aletean suavemente alrededor del vaso y de la tarde
recogen en espiral precisa tus cabellos
bajan rítmicamente las escala de tu blusa tu falda de flores

Volteás el rostro y muchas ciudades arden dentro de tus ojos
brevemente interpuestos en la memoria de los míos
tratan de encubrir inútilmente el puente tendido
andante desandado
en los pliegues nocturnos del fuego sagrado de tu canto
tiempo insumiso en la península de la madrugada
con las imprecisas meditaciones de alcoba donde tu llanto
se confunde con el zumbido del aparato refrigerante
gemidos de la noche por la culpa desnuda del cristal
sin sabernos amantes derrotados por las ansias perennes
y enlutadas en el deseo del otro espejo

Tu mano derecha avanza hacia la sangre vegetal
levanta el cáliz
un sorbo eterno de ojos cerrados
comunión en la imagen gozosa de labios y durazno

Baja armoniosamente la bebida
hasta el rojo extendido sobre blanco donde yacen las ofrendas
un imperceptible color grana enciende tus otros labios
donde bebo ávida pero suavemente
la rabia contenida de estas palabras en la soledad
del avión al despegar
mientras las luces de la ciudad
se difuminan lentamente tras el alcohol de la ventanilla

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