De «Erato y Apolo» de Salvatore Quasimodo

Canto de Apolo

Noche terrenal, en tu exiguo fuego
me complací alguna vez
y descendí entre los mortales.

Y vi al hombre
inclinado sobre el regazo de la amada
escuchándose nacer,
y transformarse entregado a la tierra,
las manos juntas,
abrasados los ojos y la mente.

Yo amaba. Frías eran las manos
de la criatura nocturna:
otros terrores acogía en el vasto lecho
donde al alba me despertó
un aleteo de palomas.

Luego el viento depositó hojas
sobre su cuerpo inmóvil;
se alzaron sombrías las aguas en los mares.

Amor mío, yo aquí me aflijo
sin muerte, solo.

* * * * *

En el preciso tiempo humano

Yace en el viento de profunda luz
la amada del tiempo de las palomas.
De mí de aguas de hojas,
sola entre los vivos, oh dilecta,
hablas; y la desnuda noche
tu voz consuela
de lucientes ardores y leticias.

Nos decepcionó la belleza, y la desaparición
de toda forma y memoria,
el lábil movimiento revelado a los afectos
a imagen de los internos fulgores.

Pero de tu sangre profunda,
en el preciso tiempo humano,
renaceremos sin dolor.

* * * * *

Sílabas a Erato

A ti se pliega el corazón en soledad,
exilio de oscuros sentidos
en el que transmuta y ama
lo que ayer parecía nuestro
y ahora está sepultado en la noche.

Semicírculos de aire resplandecen
en tu rostro; te me apareces
en el tiempo que la primera ansiedad aflige
y me vuelves blanco, lenta la boca
a la luz de la sonrisa.

Por tenerte te pierdo
y no me aflijo: todavía eres bella,
quieta en dulce posición de sueño:
serenidad de muerte extremo gozo.

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