De «Monólogos de la casta Susana y otros poemas» 1986 de Antonio Cisneros

«Una mujer llamada Susana Hija de Helcías,
hermosa en extremo y temerosa de Dios».
(Daniel 13, 2)

«Prorrumpió Susana en gemidos,
y dijo: Estrechada me hallo por todos los lados;
porque si hiciese eso que queréis,
sería una muerte para mí, y si no lo hago,
no me libraré de vuestras manos».
(Daniel 13, 22)

1. Nunca tuve el menor entusiasmo

Nunca tuve el menor entusiasmo
por una vida breve aunque gloriosa.
Frecuentar ansío mis potajes
(agridulces y fuertes) todo el tiempo
posible. Amar también
sin mucho esfuerzo). Ser amada
como si fuese el único animal
deseable en el planeta. Aburrirme.
Maldecir. Desesperarme
hasta pedir la muerte / conociendo
que el infarto no acude por llamado
(¿o sí?). Entonces te detesto
chiquilla coronada con laurel
o varas de apio fresco, lloriqueada
en tierno funeral
antes de los mareos y el bochorno
del primer embarazo.
Gloriosa tú. Yo en cambio
llevaré esta belleza inevitable
(¿cuánto más todavía?) que me ocupa
como el relleno a un pavo.
Huiré (sin excesos)
del trato con la parca. Deseo
(con fervor) un par de nietos
sanos y presentables. Poco importa
que los lustros me vuelvan
triste o necia. Una carga
(así suelen decir) para mis hijos.
Poco importa.
Es tarde de tormenta. El jardín
luce bajo la lluvia como los pelos
de una rata mojada. Hoy cumplí
los treinta años de edad.
He ganado (supongo) en experiencia
y hasta en sabiduría. Mas la madre
del llamado cordero (mala madre)
está en estos pellejos
que me sobran. las lonjas de jamón
no comestible creciendo
aún con disimulo. menos mal)
entre mis muslos, mis caderas.
mi vientre (la barriga)
plegándose en mi pubis.
Nunca tuve el menor entusiasmo
por nosotras. Ni por ti.
Ni por mí.

* * * * *

2. Sé que hablan de mí, sé que me espían

Sé que hablan de mí, sé que me espían
entre un macizo de altísimos papayos.
El viento (despreciable) acumula las nubes
contra el sol que calienta
las aguas de mi baño. Reclinada
en los bordes de la loza,
rígido el cuello (la cervical nerviosa),
lejos de la veranda junto a los chopos
(¿qué es un chopo?) o los chanchos de tierra.
Y las aguas que pierden su tibieza
(mi carne de gallina). Incómoda
con mi propio destino. Ya no quiero
saber todas las cosas que sabía
(las mejores recetas de pescado
y el grito de las aves). Es mejor
yacer cual un adobe en los escombros
(que ninguno codicia bien o mal).
Sé que hablan de mí, sé que me espían.
En este vaso verde como un prado
(laberinto sin fondo)
apachurro yo misma mi limón.
Prefiero ajarme con ron y cola-cola
que en la mano del viejo repelente.
No es que ignore mi páncreas
ni que cante (perro lobo a la luna)
las sombras de la muerte. Amo la Vida
y me gusta tocarla como tocan
las sábanas de Holanda .
mi vientre en los veranos y apretarla
como aprietan en invierno
las pieles de los osos. Ese viento
(siempre despreciable) revuelve las mamparas,
los toldos del jardín.
Rescato la botella de ron, me bamboleo
con las últimas noticias. Al nuevo día
no me quiero hecha polvo en el espejo,
no me quiero hecha polvo en el espejo,
no me quiero hecha polvo en el espejo.

* * * * *

3. Y de pronto un olor suizo, malo

Y de pronto un olor suizo, malo.
Un cuerpo breve, verde, mantecoso
y sin tratos mayores con el agua potable.
Allá en los altos de San Juan Bautista,
frente al gran pisonay. Sólo curiosa,
sin pizca de humedad en mis estambres
seguí el rancio ritual.
Había luna llena (muy amarilla)
y los comerciantes de ganado
ebrios se despedían, tambaleantes
en sus caballos peludos de Cangallo.
Siete vacas, un buey, doce carneros
fueron negociados con provecho
durante la jornada. Yo no sé
por qué demonios (o deidades)
he terminado sobre esta cubierta
de lana roja y marrón, con animales
azules en los bordes y migajas
y emplastos de caldos antiguos. Aterrada
(aunque fingiendo mundo) ante las olas
de su hambre repelente de cantón
(suizo). sus rodillas heladas.
Por curiosa. Mi amor desperdiciado
me duele en el altillo de San Juan.
Mañana he de lavarme con jabón
de cristal y piedra pómez. Evitaré
que vean mis miserias bajo el sol.

* * * * *

4. Y van a decir que canto

Y van a decir que canto
desde la vanidad (o la ignorancia).
Ya no me importa, ratas,
lo que digan (aunque duela)
ahora que he perdido el respeto
de mis hijos, mi jardín,
mis animales (el perrito y la calandria)
por ocultar mis gracias de la envidia.
Ahora que corté mi cabello, cubrí
mis piernas de cobre con ceniza.
Les voy a recordar que yo medía
diez centímetros más que mis iguales,
y era sabia y bella y bondadosa.
Y a pesar de estos vestidos
baratos y sintéticos
(que casi nunca lavo) les recuerdo
mis bellos camisones
de algodón ovillado, mis sedas
que guardo entre frazadas
repletas de alcanfor, para la pena,
el goce, el desperdicio
(y la envidia otra vez).

* * * * *

5. Y de Dios ¿qué más puedo decir?

Y de Dios ¿qué más puedo decir
que Él no lo sepa? Casta soy
pero no hasta el delirio.
Me preocupé (como muchos)
por los pobres del reino.
Y veo como todos)
el paso de la nave de los muertos.
Y temo. Y bebo valeriana.
Recíbeme con calma, mi Señor.

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