Desnudos, asomados
a un pasaje colmado de pinturas,
donde, vueltos de espaldas,
las figuras parecen mirar
hacia el interior de cada cuadro
las nubes, un tronco, unas piedras.
Olvidadas de sí, sus miradas
habitan el cuerpo del retrato:
una piedra, esa desvencijada puerta,
aquel sendero que llega,
pasos en la página que elude guarecerlas,
donde la palabra quizás escucha
un viento brusco en las horas
y de golpe el silencio:
solos sus ojos
al mirar de soslayo
un pájaro aleteando,
deseo de percepción;
el frío, su figura en lo azul,
nuestra sola cosecha.
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