A Isabel Garma
Habías de venir, tú,
Virgilio,
fabulador poeta,
orgulloso romano,
a saltarte tres siglos
entre Troya mi reino,
para hacer que Eneas
naufragara en mi playa
e inventar ese amor
desdichado
que adorna tu Eneida.
Mentirosa historia,
lazo con que quisiste
unir al linaje de Venus
al vanaidoso Augusto
-tu Mecenas-
siete siglos después
cuando ya mi Cartago
yacía en cenizas.
Falsedad épica de poeta
ebrio de fama y aplauso,
fue cambiar mi bello gesto
de fiel reina suicida
que se arroja
a las llamas
para conservar intacto
su nupcial juramento,
por ese otro romántico
de tu inventada Dido,
que se mata en la hoguera,
loca de pasión y celos,
por el desprecio de Eneas.
Con eso, Virgilio,
no sólo me difamaste
por milenios,
sino que, además, heriste
a mi raza y a mi pueblo.
Sin embargo, poeta,
te perdono,
porque reconozco que,
pese a tantos inventos,
te debo
esa doble inmortalidad
que -a mi nombre-
dieron tus versos.