17 de diciembre de 1993
Cuando paso por los pasillos limpios de ginecología
veo a las mujeres desnudas y sin pechos sobre las
blancas camas.
Todas vivas aún bajo la malvada inocencia del cáncer,
rodeadas de flores y pasteles se disuelven en la luz
de la tarde
mientras la masa indefinida de la enfermedad va
creciendo como miles de seres sin conciencia y sin frío.
Mi oscuro corazón de cansada enfermera va cerrando
las puertas de sus habitaciones.
La muerte sigue también detrás de mí.
Una mano me alcanza:
Señorita.
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