Donde acaba el silencio de Carmen González Huguet

Allá, donde los caminos se borran,
Donde acaba el silencio,
Invento…
La mente que me concibe,
La mano que me dibuja,
El ojo que me descubre.
Invento al amigo que me inventa,
Mi semejante…

Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra,
Libertad que se inventa y me inventa cada día.

Octavio Paz

Desmayarse, atreverse, estar furioso…

I

Me llueve, me recorre, me derrama
Mi piel en fuego líquido convierte;
Me asesina, me salva de la muerte,
Mi ser todo edifica y desparrama.

Me besa, me abandona, me reclama,
Juega a los dados con mi propia suerte.
Rebelde, dócil, insumisa, fuerte:
Me corta a la medida de su drama.

Pero a pesar de todo, estoy segura,
A pesar de distancias y despegos
Que nadie más enciende su ternura.

Vamos así viviendo entre dos fuegos,
Fundidos en la misma quemadura
Y en una sola luz dejados ciegos.

II

Beso la curva dulce de tu frente,
La boca donde el gozo está escondido;
Gruta de la palabra y el gemido
Con que abreva el deseo su corriente.

Beso tu barba donde se arrepiente
La luz de andar por bosque renacido
Y recorro el collado oscurecido
De tu pecho latiendo indiferente.

Beso la oculta, plácida cintura
Y el breve abismo que dejó tu ombligo
Sobre el vientre y su cálida llanura.

De la dicha en el íntimo postigo
Se me detiene el labio y su aventura
Por si alargo el placer y su castigo.

III

Silencio de la luz, sílaba oscura,
En ti el tiempo se encarna en polvo herido
Y cautivos, el ojo y el oído
Son el perfil del fuego y su figura.

La lengua de la llama su dulzura
En ti pronuncia con vocablo ardido,
Y en ese beso cruel, brasa y sonido
Dan al labio su goce y su tortura.

Tu caricia su lengua sensitiva
Afila en temerario, oculto diente
Cuya espuma triunfal su ardor derriba.

Y en ese frágil, taciturno puente
Salva el instante la belleza viva
Y en el sonido su pasión convierte.

IV

Vivimos en el fondo de la llama,
Habitamos el círculo del fuego,
Somos el sol oscuro, el ojo ciego
Y el vino que su incendio desparrama.

Ebriedad que conoce aquel que ama
Y que hambriento agoniza sin sosiego:
Heredad que persigue el andariego,
Sed que en un labio oculto se derrama.

Muerdo la carne que me tiene presa
Y me libera con su llama viva,
Fuego que anega todo lo que besa.

Y el eco de mi lumbre fugitiva
Hará perenne la sutil pavesa
De mi carne fugaz y sucesiva.

V

Puente de labios, cada beso nace
Y estalla, como la ola, en tu ribera;
Y no hay palabra en la que quepa entera
La llama en que ese vínculo se abrase.

Su lengua en otro labio bebe y pace:
Ascua, fuego, pavesa, lumbre, hoguera
Alimentan la sed y la quimera
Donde su hundido mástil arde y yace.

Abandonado a su tenaz ventura,
La doble luna su marea guía
Que mengua y crece con su luz oscura.

Y en su denuedo encuentra rauda vía
Para trazar la página futura
De una nueva y humana geografía

VI

Dame tu mano, amor, que vengo herida
No de espina sin fin, sino de rosa.
Dame tu mano donde el sol reposa
Y brota la ternura renacida

Dame tu mano: el agua embellecida
Por esta sed urgente y ardorosa
Con que la ausencia viene, hiere, acosa
Y deja a mi razón loca y vencida.

Dame tus manos, boca, pecho, frente
A salvo de distancias y de olvido
Que tu palabra, amor, no es suficiente.

Déjame que mi tacto se haga oído,
Que tu cuerpo su propio idioma invente
Y lo convierta en canto sumergido.

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