Y por último, pensemos en los barcos, ¿cuál ha perdurado?
¿No son acaso continentes perfectos que reproducen
las contradicciones todas de la materia?
Cómo es eso que madera y aire no se disuelvan en el agua
y sin embargo, ¿cuál ha perdurado?
Se planta el barco en el agua y jamás echa raíz
navega, boga, orza, hace la mar singlando
y a pesar de tan bellas y móviles palabras, ¿cuál barco ha perdurado?
Cada siglo de los muchos que ya vamos llevando se han construido barcos a millares, cascaritas, cuencos, jícaras marinas,
o palacios, fortalezas, ciudades que navegan
y sin embargo, ¿cuál ha perdurado?
¿No toda nave ha sido por las tormentas sacudida,
en los escollos despedazada,
contra las rocas con que la tierra intenta su defensa
arrojada hasta ser puros añicos su soberbia?
En estos tiempos ¿no vimos cómo el mayor trasatlántico se hundía,
cómo su soberbia lo llevó a la metáfora de un iceberg
y con él se perdió cuanta riqueza embarcarse pretendía?
Y el otro, el submarino, ¿no lo vimos con nuestra respiración entrecortada
perder el aliento y la esperanza de quienes lo tripulaban?
En la lista invencible del tiempo, pues,
¿cuál, cuál barco, me pregunto, ha perdurado?