La hora de la oración en la mezquita de oro.
A mí dadme las tardes serenas de la infancia.
La lentitud del patio, la penumbra del agua
invisible, el naranjo con flores, el mirto,
las columnas de mármol con racimos y acanto.
A esa hora de salmodias y celosías secretas
cuando se calma el viento en las torres de greda,
el silencio parece la materia del mundo.
Fuera queda la selva encendida del zoco.
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