Mustafá, perro viejo,
Lebrel en montería ejercitado,
Y de antiguas heridas señalado
A colmillo y a cuerno su pellejo,
Seguía a un jabalí sin esperanza
De poderle alcanzar; pero, no obstante,
Aguzándole su amo a cada instante,
A duras penas Mustafá le alcanza.
El cerdoso valiente
No escuchaba recados a la oreja;
Y así, su resistencia no le deja
Cebar al Perro su cansado diente;
Con airado colmillo le rechaza,
Y bufando se marcha victorioso.
El cazador, furioso,
Reniega del Lebrel y de su raza.
«Viejo estoy, le responde, ya lo veo;
Mas di: ¿sin Mustafá cuándo tuvieras
Las pieles y cabezas de las fieras
En tu casa, de abrigo y de trofeo?
Miras a lo que soy, no a lo que he sido.
¡Oh suerte desgraciada!
Presente tienes mi vejez cansada,
Y mis robustos años en olvido.
Mas ¿para qué me mato,
Si no he de conseguir cosa ninguna?
Es ladrar a la luna
El alegar servicios al ingrato»
El cazador y el perro de Félix María de Samaniego
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