El hijo pródigo de Antonio Brañas

El perro en las gradas del umbral.
La luz solicitándonos veredictos imparciales.
Todavía para recordar el río de un puente a otro.
El cielo recobrándose a sí mismo llave perpetua.

Cuando los ojos son
un rumor de palabras, un árbol caído,
y el día distribuye verdes cantidades,
yo recuerdo el calor de su pie desnudo,
secretamente en medio de compañías insólitas.

Tarjetas conmemorativas de la velocidad terrestre,
vehículos en desuso, símbolos,
una vez la puerta cerrada conduces
rebaños de humedad,
círculos de sonido apagado.

No cambies de postura
no beses la mano confiada al reposo
mira el silencio a través de las vigas
en hollín en la ventana
los utensilios domésticos unidos
al móvil de las estrellas
y la sangre que corre a entregarse
y las rosas dispuestas para festejarme.

Sólo hay
un corredor brillante,
unos pasos dulcemente impacientes,
bienvenido oh viento
sin habitaciones.

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