Llovieron muchos años de este lado
y la humedad signando la suerte de los vientos
que se dejan mecer en la trampa del agua.
Las gotas amanecen sobre el filo del vidrio rajado en
la ventana. Atrás del muro, larguísimo,
humean los carbones quemados por el tiempo
como antiguos ladrillos de la vida incompleta.
Seguí a los animales que informaban la ruta
con sus huellas. Y me tocó mi parte.
Vi pasar los cuchillos de noche por la piedra
y no he olvidado nada con los brindis que siempre
inauguran el año y los presagios:
velas que agonizaban a la espera de un barco
milagroso, la mirada perdida de la culpa.
Pero hasta aquí llegamos.
Con estas mismas manos en el mismo esqueleto
vigilamos la cal con que se escribe el muro
porque no desvanezca
con el agua abundante de las lluvias.
Vigilamos la mano que intenta entre las sombras
sobrevivir con lo hábil de su tacto.
El lugar de los hechos (II) de José Antonio Cedrón
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