Al pie de una cuesta olvidada o llovida,
al pie de una ajena infancia acaso, detrás de la tierra
y muchísimos años después de que tuviera nombre todo
olvidado o llovido sólo pide en su entierro el mendigo
que en monedas le sean dadas las limosnas, pocas o muchas.
En monedas. De cobre o de espanto y, a veces, con el sonido
de los abrazos perdidos, en monedas siempre, en monedas raídas.
Pues si alguien se olvidó de los relojes
y otra noche aquí aún llega
se las pondrá en los ojos, para no ver,
una por una. Para no ver -noche vacía-,
para no ver o para recordar saberse
tan muerto como su sonido.
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