A las tristes Palomas un Milano,
Sin poderlas pillar, seguía en vano;
Mas él a todas horas
Servía de lacayo a estas señoras.
Un día, en fin, hambriento e ingenioso,
Así las dice: «¿Amáis vuestro reposo,
Vuestra seguridad y conveniencia?
Pues creedme en mi conciencia:
En lugar de ser yo vuestro enemigo,
Desde ahora me obligo,
Si la banda por rey me aclama luego,
A tenerla con sosiego,
Sin que de garra o pico tema agravio;
Pues tocante a la paz seré un Octavio.»
Las sencillas palomas consintieron;
Aclamándole por rey, «Viva, dijeron,
Nuestro rey el Milano.»
Sin esperar a más, este tirano
Sobre un vasallo mísero se planta;
Déjalo con el viva en la garganta;
Y continuando así sus tiranías,
Acabó con el reino en cuatro días.
Quien al poder se acoja de un malvado
Será, en vez de feliz, un desdichado.