Toda la vida buscando los campos
verdes de menta que te dijeron una vez
existían, no sabes dónde, pero existían
porque algunos habían estado allí, decían,
y trajeron en sus manos gozosas
el suave olor de la lavanda y de la piperita dulce.
Toda la vida la misma letanía:
estudia, trabaja, contrólate,
sé hombre de provecho que la vida no es fácil,
y que el futuro depende del ahora,
y que quien guarda halla, y que quien siembra recoge,
y que quien no sufre alguna vez
no merece conocer la dimensión del gozo.
Toda la vida, que tantos años son nada.
Y que ocurre que el sacrificio rinde ganancias,
y que el hombre es bueno y que la sociedad lo corrompe,
y que somos racimos de idéntica uva,
y la moral y la ética y el estético comportamiento humano.
Y preparemos un mundo mejor,
que el que tenemos no sirve,
como si eso, hasta ahora, hubiese dependido alguna vez
del sacrificio, del estudio, del trabajo,
del provecho, de la esperanza de una minoría humana.
Un mundo mejor… los campos de menta…
el fresco olor a piperita dulce…
o el solo solar donde ahora te hallas
remangándote el frío hasta las ligas
como puta vieja desconsolada y triste
esperando que alguien le ofrezca dos pesetas de luz
o le dé tan siquiera, con cargo a su cuenta,
un simple beso desinteresado y herido
en su boca aún agraz de amapola olvidada.