Elegía de Luis Alfredo Arango

Ahora tenés tiempo y tenés tiempo y recordame.
No me perdás en tu cabeza.
Tantas veces que juntaste fuego para mí,
para mis huesos.
Pero yo era leña verde.
Me quemaba con aquella comezón, con aquel chisperío.
Sólo para eso serví.
Para echar humo y hacer alharacas.
De puro gusto. De macho que me sentía.

Estaba nuevo y me quemaste por encima.
No te di mi corazón.
No.
solamente lo endurecí, lo templé. Me fui en retozos
y en aprender como se siente,
cómo se miente, cómo se olvida.

Te olvidé mucho. Sí.
Te olvidé tanto que
cada vez que te llamo palpo cenizas.

Estoy haciendo un poema, ¿qué te parece?
Para eso me pinto y para tiznarlo todo.
Estoy haciendo versos para vos.
¡Y vos nunca supiste qué era un poema!

Esto es como cantar en una cueva
y espantar a los fantasmas con la mano,
con ocote,
con humo, con humo, con humo que sigo siendo.

Supe lo de tu uerte y en vez de llorar hago rimas:
«Me dijeron que estás muerta,
que has hallado patria cierta…’

¡Babosadas! Puras babosadas,
como ves, no he dejado de ser el chivo pepe
que manoseaba las cuentas de colores de tu cuello.

Estoy ardiendo, ahora sí que estoy ardiendo,
de dolor y de vergüenza porque
jugué con tu fuego y se me ha ido de la piel a lo más hondo
tu terrible quemadura.

Me entristece no haber sido más que un niño,
que jugaba,
que aprendía en tu sabor
cómo es la carne, cómo el hombre es una bestia.

Pero ahora tenés tiempo y tenés tiempo y perdoname.
volveremos a juntarnos. Yo lo sé.
Llegaré, viejo tal vez y consumido,
llegaré hasta donde el pelo se te cae, a donde
todo se detiene, a donde
…¡yo no sé hasta dónde!

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