Elegías (19) de Johann Wolfgang von Goethe

Dificil es guardar la buena fama que esta
con Amor, mi alto dueño, sé que reñida está.
¿Por ventura sabéis de esa pugna la causa?
Viejas historias son que contar no rehuso.
Esa diosa potente nunca fuera bienquista
en sociedad, que gusta de llevar la batuta;
y así siempre en las altas, divinas asambleas,
en contra tuvo a grandes, pequeños y medianos.
Una vez, por ejemplo, jactóse tanfarrona
de haber esclavizado al bello hijo de Jove.
“Renacido, a mi Hércules aquí te traigo, ¡oh Júpiter!
-exclamó, jactanciosa-, que este no es ya aquel Hércules
que en Alcmena tuvieras, y el culto que me rinde
en un dios le convierte para todo mortal.
Si su mirada eleva al Olimpo, tú crees
que a tus rodillas mira…; ¡perdona!…, es a mí sola
a quien el héroe busca y sólo por mí, intrépido,
por merecerme, huella caminos nunca hollados.
Mas yo también al paso le salgo y encarezco
su fama antes que haya la hazaña acometido.
Me desposaste antaño con él… y ha de ser mío;
venció a las Amazonas…, mas yo lo venzo a él…”
Todos callaban serios ante la fanfarrona,
a fin de no enojarla, que es ducha en urdir tretas.
Mas Amor, que allí estaba, escurrióse ladino,
y por Venus de Hércules el pecho inflamó astuto.
Luego trocó travieso de los dos los arreos;
con la piel de león cargó ella y con la maza.
E1 héroe sus cabellos sembró de varias flores
y dócil a la rueca prestó su fuerte puño.
Luego que así los tuvo, Amor corre y convoca
para que se diviertan a todos los olímpicos.
“¡Mirad qué hazaña! ¡Nunca jamás vieran los cielos
ni la tierra ni el sol, incansable en su curso,
prodigio semejante al que a mostraros voy!”
Acuden todos luego en sus dichos fiando,
ya que en serio hubo hablado; la Fama la primera;
y ¿quién diréis que goza más que ninguno viendo
al héroe degradado? Pues Juno, que sonríe
en tanto que la Fama su pesar harto muestra.
A1 principio reía. “¡Esas son sólo máscaras!
Yo conozco a mi héroe. ¡Esa es una comedia!”
Mas con dolor descubre después que no hay tal cosa.
No padeció Vulcano la milésima parte
cuando a su esposa viera con Marte allá en la fragua
cogidos en la red que él propio les tendiera,
aún en el dulce arrobo de su amor embebidos.
¡Cómo se divertían Mercurio y Baco, jóvenes!
“En verdad -confesaban- que es una buena idea
descansar en el seno de hembra tan deliciosa.”
“Por favor-suplicaban-. No los sueltes, Vulcano,
que los queremos ver.” Y Vulcano accediera.
Mas la Fama alejóse enojada, afligida.
Desde entonces la pugna no cesa entre ambos dioses;
en cuanto un héroe surge, ya el Amor está en danza.
Quien más honra la Fama es quien él más embroma,
y cuanto más moral más expuesto está el hombre,
que si huir de él intenta su situación agrava.
Lindas mozas le ofrece; si loco las desprecia,
en su pecho una airada saeta híncale luego.
Del hombre hace que el hombre se prenda, y aun deseo
de las bestias le infunde; y al beato
criminales placeres le hace gustar inquieto.
Pero también a él la Fama lo persigue;
no bien lo ve a tu lado tu enemiga se vuelve;
te pone cara adusta, despectiva y colérica;
abandona los lares que su rival frecuenta.
Tal a mí me sucede; ya a padecer empiezo;
que la diosa, celosa, mi misterio investiga.
Mas yo callo y acato; igual que yo, los griegos
padecieran antaño por las divinas luchas.

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