Cuadra al hombre energia y el aire desenvuelto,
mas guardar el sigilo todavia más le cumple.
¡Oh príncipe Silencio! Tú conquistas ciudades,
tú siempre por la vida me llevaste sin riesgo;
ahora en cambio… ese tuno de Amor la lengua suelta
de mi Musa y la mía, tanto tiempo coartada.
¡Ahora ya no veo medio de escapar al sonrojo!
Que Midas no logró cubrir con la corona
ni con el gorro frigio sus asnales orejas;
vióselas su criado, y tal su pecho graba
el secreto, que trata de enterrarlo en la tierra;
mal sabe guardar esta secretos de tal monta,
y así en seguida brotan mil susurrantes cañas
que publican: “¡De asno tiene Midas orejas!”
Bueno; pues más me cuesta a mí guardar mi dulce
secreto, que mis labios del corazón rebosan.
De amiga alguna puedo fiar, me reñiría;
ni de amigos tampoco, que correría peligro.
Y no soy harto joven ni tan solo me encuentro
que pueda confiarle mi secreto a las rocas.
A vosotros lo fío, hexámetro y pentámetro;
decid, pues, cuánto gozo me aportan día y noche.
De tantos halagada, evita ella las redes
que abiertamente el fatuo y en secreto el ladino
le tienden; hábilmente los burla, y el camino
sigue donde el más fiel amador siempre aguarda.
¡Núblate, oh luna’ ¡Viene! ¡Que no la vea el vecino!
¡Alborota la fronda, viento! ¡No oiga su paso!
Y vosotras, el vuelo alzad, caras canciones,
en este suave soplo del amoroso céfiro,
y a los quirites altos, cual las gárrulas cañas,
revelad finalmente nuestro dulce secreto.
Elegías (20) de Johann Wolfgang von Goethe
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