En estas tardes plácidas, las últimas de marzo,
tras meses de avenidas umbrías y de lluvias
en el jardín cerrado, en la casa que abre
sus ventanas al cielo y al verdor de los montes
pendientes de amapolas, te deseo. Te invoco
a la verde marea de viñas encendidas,
al incendio de rosas que me enturbia la boca.
Te llamo y te deseo como llamo al constante
resurgir de las hiedras y a los nuevos paisajes
de la aulaga amarilla.
Te llamo al mar de siempre,
al de las olas blancas y desnudas estelas.
A los juncos te invoco y te invito a la rama
de los pájaros mudos. No tardes. Ven. Te espero
con la luz en las manos y en los ojos la llama
temblorosa de vida.
En estas tardes plácidas,
las últimas de marzo, buscaremos cerezas
en los tolmos del sueño y en los llanos despiertos.
Jugaremos al sol en los campos de aulagas,
en los chopos del aire que al invierno han dormido.