Quiero que me digas; de cualquier
modo debes decirme,
indicarme. Seguiré tu dedo, o
la piedra que lances
haciendo llamear, en ángulo, tu codo.
Allá, detrás de los hornos de quemar cal,
o más allá aún,
tras las zanjas en donde
se acumulan las coronas alquímicas de Urano
y el aire chilla, como jengibre,
debe de estar Aquello.
Tienes que indicarme el lugar
antes de que este día se coagule.
Aquello debe tener el eco
envuelto en sí mismo,
como una piedra dentro de un durazno.
Tienes que indicarme, tú,
que reposas más allá de la Fe
y de la Matemática.
¿Podré seguirlo en el ruido que pasa
y se detiene
súbitamente
en la oreja de papel?
¿Está, acaso, en ese sitio de tinieblas,
bajo las camas,
en donde se reúnen
todos los zapatos de este mundo?
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