Madrugo a la primera luz del día,
después de un leve sueño moderado,
y sólo tiene el sueño de pesado,
no dormir con tus ojos, Lesbia mía.
Me sigue inseparable esta porfía,
de mi contemplación y tu cuidado,
en la casa, en el monte y en el prado,
y en la estación más cálida y más fría;
en la mesa contemplo tu semblante,
llega la noche y véote patente;
pues aunque el alma me reprenda amante,
¿cómo puede creer que estás ausente,
si no hay hora, minuto, ni hay instante
que no te mire en ella muy presente?
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