Tú eres la que llega siempre a lugares precisos en horas que no existen.
Y yo soy el que acude puntual a esos lugares vacíos.
Por eso nos encontramos, aurora,
bajo el umbral de aquella puerta que no estaba y que nosotros descubrimos.
Recuerdo que al mirarte,
un aire lento me borro las grietas de los ojos
y sobre mis ojos llegaron dos ventanas
en las que amaneció de pronto lo que en ti anochecía.
Tú tenías la expresión de la paloma quieta,
el carácter de la efigie que aún no se construye
y dijiste tu nombre en silencio para que nadie lo supiera.
Pero yo escuché el temblor de tus uñas,
el quebrar de los cabellos de tu alma,
el andar tranquilo del viento y el agua en tus raíces.
Tus grandes ojos me lo dijeron todo,
como si al mirarme estornudaran secretos, palabras
y todo llegó hasta mí como el origen de una enfermedad curada.
Ya te conocía yo.
Ya te había visto
en algún lugar de esos en los que dejo mis ojos y sigo caminando.
Esto no es casualidad.
Alguien sabía de esta fecha.
Baja la mirada, aurora, camina.
Alguien nos está siguiendo.