Estos muros de sombra, que se los abandona, estos solemnes muros
de arcilla somnolienta,
Que se los abandona a su familiar suficiencia bajo los cielos,
Y a su diálogo de polvo.
Como las piedras que se despiertan tiernamente en el instante más húmedo del año,
Que se maravillan, descubren y tienden sus cuerpos endurecidos a la espuma
que los envejecerá sin tardanza.
El umbral se viste con la sombra alerta de mis manantiales y de mi espliego.
El umbral me llama y solicita.
¡Qué ternura en nuestros gestos!
¡Oh dulzura y transparencia de nuestras miradas!
Y el sol no es sino un encarnado soplo en la tarde.
La brisa, se derrama como un llanto solitario
A lo largo de las hojas adormecidas.
Todas las cosas por el mundo se juntan y se estrechan,
Todas las cosas se estrechan en la profundidad de sus rodillas.
Oh Tierra, tú gozas
En la cosecha y la savia de tus frutos.
Y aquél que se interna en los sueños
Y devora deleitado los panículos del maíz.
Pero si el enfermo contempla
A contraluz la membrana sanguinolenta en el intersticio de sus dedos,
Ah cómo se lamenta
Por este indefinible y perpetuo gemido,
Por el estridente clamor en los vidrios arenosos
Yen las harinas y la cascada del molino.
¡Astros en mi espíritu, él dice, ni vosotros
Ni el agua múltiple en la potencia de sus voces,
Ni vosotros, palabras bienhechoras de un día,
Podréis devolverme la sangre febril de mi amor!
Aquí abajo, por lo contrario, la más verde de las moscas,
Rumorosa reina en el ojo ventoso de la cerradura,
Se deleita noctámbula en las cavernas umbrosas
Y en las grutas innumerables de un palacio fastuoso.
Que retumbe un gran sonido en los lechos sonoros del viento alisio:
El grillo,
Por las puertas malvas de su hierba
Restituye el asilo y la querencia de su morada.