Descalza en la piedra donde no queda huella visible junto al rompeolas en el Kaivopuisto. La piel ardiente los atuendos despojados por el fervor de haberte conocido huyendo de un cuadro de Gallen Kallela con plantas silvestres que expelen su aroma fresco en la rambla. El 20 de julio Irak e Irán sellaban el final de una absurda guerra. Impetuosa la bajamar en la costa del Golfo de Finlandia señorita de un país álgido en la humedad de tu debido cuerpo frente al animal foráneo del sur del mundo con su sexo divergente y el sol y mi apariencia mojan tus pechos desnudos repetidamente con sus destellos y tu dorso inminente con mis manos en un atolondrado enredo. Apenas el beso frívolo de un hombre y un poco más que el ardor vigoroso contiguo al ruido de la Esplanden con sus cafetines veraniegos. El Ultimo Emperador de Bertolucci nos abruma y nos espanta después la casa familiar en Itä Pakila hasta cierto punto con olor a humo de leña menuda en la morada con voz baja – entre ambigüedad y fantasía – Vagar por esta habitación – a hurtadillas y sin ropas – con sus ventanas por donde acomete la noche virgen y mengua el calor cuando las sombras se tropiezan con la madrugada y mi figura mezquina. El verano es estable a mediados del 87 sólo el Crash del Stock Market en octubre inquietaría de nuevo al mundo externo. En el bar Kosmos – con unas copas de más en la sesera – comenzaba a aprender el evangelio de esta tierra.iluminada por el sol nocturno
Gentil dama de Helsinki de Sergio Badilla
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