¡Ay! ¡Cómo ya la alegre primavera,
a su felice estado reducida,
torna a las plantas nuevo aliento y vida
esmaltando las flores su ribera,
que antes se vio aterida!
Suelta el raudal su risa armonïosa;
y canta el ruiseñor con trino doble:
de púrpura se viste el clavel noble,
y enlaza al olmo con la vid hermosa,
y con la hiedra al roble.
¡Qué de veces me vio rosada Aurora
mustia y débil la flor de mi hermosura,
reclinada del monte en la espesura,
y en vela inquieta me encontró a deshora
llorando mi ventura!
Cae del cielo la noche tenebrosa;
cubren sus alas negras todo el suelo:
mi dolor se acrecienta y desconsuelo,
y paz el blando sueño da engañosa
a mi triste recelo.
Que despierto asustada: y mi cuidado
me lleva a yerma orilla de ancho río:
vuelvo en vano a dormir, y desconfío
de poder encontrar puente ni vado
al triste curso mío.
Triste de mí que sigo temerosa
la luz escasa del funesto fuego,
que el poder de mis ojos deja ciego,
y émula de la incauta mariposa,
a su volcán me entrego.
Idilio V – La agitación de José Iglesias de la Casa
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