Jardín de Hilario Barrero

Facilius in morbos incidunt
adolescentes, gravius aegrobant,
tristius curantur.
De Senectute, Cicerón

Del esplendor de entonces nada queda.

La nieve ha silenciado el fuego del jardín,

las rosas bautizadas por la hermosa mirada

del jardinero muerte, convirtieron su esencia

al deseo pagano, apóstata la espina de su agua.

La casa se reviste de polvo venenoso

y la hierba del ocio florece entre la plata:

una lengua de ruina lamiendo los retratos.

Se acerca a la ventana lentamente

y descorre el visillo que tiembla polvoriento,

mira el jardín helado y maldice su suerte.

Siente un puño de sangre entre sus venas,

una rosa de ira entre su pecho,

un tiro entre la nuca despejada

y cierra la ventana para siempre.

De espaldas al jardín la luz es una gasa

que le ciega su firma y su palabra

abriéndole una deuda con la vida.

Tan sucio está de soledad y barro

que ya no ve la rosa del verano

que sentencia con fúnebre perfume

su desahuciado nombre en la navaja.

La azada de su sexo ya oxidada

no llegará a estrenar la primavera.

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