La alondra de Julio Llinás

El niño rompe sus juguetes

en busca de la alondra.

la oveja con ruedas,

el caballo de lechero,

el oso negro de la tía Blanca,

el tíovivo con música,

la locomotora alemana

y hasta el fonógrafo infantil

con aquella marcha espantosa

norteamericana.

Lo rompes todo,

le dice su padre.

Todo lo rompes,

le dice su madre.

Busco la alondra,

dice el niño.

Y, claro está, pasa el tiempo.

Y el niño, que ya está crecido,

busca la alondra en los campos,

en las bestias, en los libros,

en las mujeres.

Y todo lo destruye

en busca de la alondra.

Se ha convertido

en un hombre rodeado

de juguetes rotos,

de libros inútiles,

de mujeres destrozadas.

Hasta que llega el momento

en que se hace viejo

y camina por las calles,

distraídamente,

buscando siempre la alondra.

Pero una tarde, empuña

su bello Colt 38

y se pega un tiro.

Entonces,

de su cabeza ensangrentada

sale volando la alondra.

Es lástima que no haya

nadie para verlo.

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