A Abelardo y Marie-Christine
Tuve una amarga cita en Muros Negros.
El Maligno quería mi cabeza,
y yo cerrar su boca para siempre.
Fui con todas mis armas a su encuentro.
Cuando pasaba por las negras calles
las gentes del comercio me insultaban.
Esperé más de un año, y se reían
al verme inmóvil en la plaza inmensa.
Diariamente bardajes y banqueros
cumplían su papel contra natura
y la prensa alentaba todo fraude.
Ninguna cruz había en esa plaza
donde la corrupción se subastaba
por medio de la imagen y el sonido.
El torpe imitador jamás venía,
y yo era como estatua en la que orinan
los perros y defecan las palomas.
Malvendí mi armadura y los arreos
para pagar las deudas contraídas
con los proveedores de cebada
y dejar la ciudad abominable.
Entonces proclamaron mi derrota
y el pacífico triunfo del Falsario.
Su sutil ironía fue ensalzada
junto a la fortaleza de sus leyes.
Medio dormido sobre mi montura
cabalgo por un bosque de ahorcados,
mientras me alejo de los negros muros.
No sé dónde serán las otras citas.
Le ruego a Dios que me conceda fuerzas
y combatir de frente al enemigo.