Amor, fuera olvidarte como perder los ojos,
cegar frente a los verdes más claros de la vida,
caer en el invierno con un sueño encerrado
sepultando los brotes de la flor del prodigio.
Desconocer las formas que anidaron el tacto,
ignorar la sonrisa que prepara la aurora
en los húmedos labios terrenales;
no haber sentido nuca ese punto celeste
en el que culminaron los pasos de la sangre.
Amor, fuera olvidarte como abrazar un río desde su nacimiento,
y sólo rescatar para la muerte una frente de polvo,
una carta perdida o el cadáver de un árbol.
En el pecho inocente del amor cabe todo:
ángeles y demonios, rosas y lejanías,
resurrecciones tristes y el crimen y el milagro.
Todo cabe en su hondura,
menos esa palabra de sueño sin columnas,
–desierto sin arenas, mar sin agua–
palabra inmóvil de vacía muerte:
ni ausencia, ni dolor, ni abismo…¡nada!
El olvido, amor mío, es palabra maldita,
que retorna a lo informe, al origen de la sombra,
disolviendo la huella de la luz traicionada.
¿Cómo olvidar el aire y el agua de tu nombre?
¿Cómo olvidar la tierra y el fuego de tus manos
y el rostro de la piedra de tu rostro?
No importa la presencia, la soledad no importa,
ni los arcos de niebla que crucé por hallarte.
Amor, el victorioso latido de tu esencia
desde lo más profundo de mi ser se levanta.