Helos al pie de la cruz
En oración reverente;
La virtud brilla en su frente
Como la primera luz
Del sol que alumbra en Oriente.
Niños tal vez desvalidos
Que pasan desconocidos,
Con la inocencia en el alma,
Como en desiertos perdidos
Con sus racimos la palma.
Ángeles acaso son
Que, el mundo sin conocer,
Llevan en el corazón
Una sublime oración
Y las virtudes de ayer.
Sus ojos ven solamente
A través del blanco velo
Que cerca el alma inocente,
Vida en la tierra inclemente,
Luz y armonía en el cielo.
Ven en el alba colores
Y en el llano hierba y flores,
Sombra, del valle en la hondura,
Y en el aire ruiseñores,
Y peñascos en la altura.
Para ellos, música el viento
Es, si las alas despliega,
Si en las secas hojas juega,
O entre las flores se pliega
Con lascivo movimiento.
Y son las flotantes ramas,
Del sol a las rojas llamas,
Del prado, verdes espumas,
De aérea serpiente, escamas,
De águila terrestre, plumas.
Y son los hombres hermanos,
Y oran por ellos contentos,
Hasta que los hombres vanos
Pongan, leones hambrientos,
En su inocencia las manos.
Sabe ella que es virgen bella,
Y él un ángel hechicero,
Porque no dudan él ni ella
Que ella es de virtud estrella,
Y él de inocencia lucero.
Mas ¡ay! que del pedestal
A la sombra cobijado,
Acaso un ojo carnal
Está en la virgen posado
Con una idea brutal.
Y sobre la tez de rosa
La lágrima de dolor
Que ella derrama piadosa,
El hombre la cree de amor,
Y llama al ángel ¡hermosa!
Que tal vez pintarse intenta
Aquella avara pupila,
De torpes formas sedienta,
Mil perfecciones que aumenta
En esa virgen tranquila.
Así incompletas y vanas
Las cosas del mundo son,
¡Que a turbar vienen livianas
Esa angélica oración
Con imágenes mundanas!
¿Por qué, pintor, ideaste
Una plegaria tan bella,
Si la cruz que levantaste,
Luego, pintor, la ultrajaste
Pintando al hombre tras ella?
¡No digas quién la creó!
culpa no arguya!
¡Que en ambos
Tú fuiste quien la pintó,
Mas la malicia no es tuya,
Que quien la escribe soy yo.