Lejana, muy secreta, inviolada Rosa,
estréchame en mi hora de las horas;
y quienes te buscaron en el Santo Sepulcro
o en el tonel de vino, moraron más allá
de los tumultos de sueños derrotados; y profundos,
entre párpados grises muy pesados de sueño,
los hombres han nombrado la belleza. Tus grandes hojas muestran
las barbas antiguas de los coronados Reyes Magos,
sus yelmos de rubí y oro; ye! rey cuyos ojos contemplara
las Manos Traspasadas en la Cruz elevarse
en druídicos vapores, y las teas apagarse,
hasta que e! vano frenesí lo despertara y muriera.
Y aquel que halló a Fand caminando entre llamas de rocío,
junto a una costa gris que el viento no soplaba
y perdió mundo y Emer por un beso.
Y el que llevó los dioses fuera de los muros
y se entregó al festín hasta que cien rojas albas
contemplara y llorara los túmulo s de sus muertos.
El rey altivo y soñador que penas y coronas arrojara
y al bufón y al poeta convocando,
morara en hondos bosques con los errantes manchados de vino.
Y el que vendió labranza, casa y bienes
y buscó en mar y tierra por años incontables,
y al final encontró, entre risas y llanto
mujer tan radiante en su belleza
que los hombres trillaban el cereal hasta la noche
por un rizo robado, por un pequeño rizo.
Y yo también aguardo ese momento:
las grandes tempestades de tu amor, de tu odio.
¿Cuándo se arrojarán las estrellas del cielo
y como chispas de herrería morirán?
¿Ciertamente, ha llegado tu hora, tus tempestades soplan,
lejana, muy secreta, inviolada Rosa?
Versión de Enrique Caracciolo Trejo