Era una edad de libros y de escasos placeres.
Yo no pude, por tanto, haber sido uno de ellos,
y es otra cosa más que el Tiempo me adeuda.
* * *
En el extremo mismo de la juventud, uno es
frágil y esbelto con algo de pétalo y foscor en los ojos.
Y el otro un leve atleta, con los músculos tensos,
y alguna gallardía, rondando los dieciocho.
En el rincón penúltimo de un bar de esos, sentados,
la espalda se acarician y se besan después, muy lentamente.
La historia que hay detrás no es difícil saberla.
Días con sol y trenes sin nombre hacia el futuro,
y el mundo (ya lo ves) erguido en realidad perfecta.
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