Empedrar
el fondo de los lagos.
Volver al aula
de la que huiste.
Irse, otra vez desnuda,
a la vereda de confesión.
Comprender ahora
antiguos pecados de avaricia
robustos pecados de palabras.
A la poesía que sirvo es vivir.
Vivir primero, después la mano
que fabular pueda y sepa hacerlo
cuanto más mejor.
Decirlo amablemente
y que mi laberinto de algas
agrande lo que llevo escrito,
abel revuelto con caín,
qué más da.
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