Las cosas y sus nombres
son símbolos confusos
que acompañan al hombre en su destierro,
en su andar de adivino
entre alboradas.
Ingenuas compañeras de un recuerdo
que nace en la raíz
de la conciencia,
donde Dios y el hombre se confunden
y se entienden;
y Dios se hace para el hombre humano
y el hombre, ante su amor, crece divino,
trasciende la leve línea
de luz o sombra
que limita su ser:
su estar indefinido
ya que el ser no es perenne forma,
sino que está en la forma limitado,
con ansias de romperla a cada instante,
con nostalgias de muerte y nacimientos
y temores de un nuevo despertar.
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