A Rufino Fernández
y María Luisa Mardones,
mis suegros.
Yo recuerdo, cuando muchacho,
que las hojas de los árboles caían
rápidas en el cien para significar
el paso de los años. Un gran viento
las batía, algunos copos de nieve,
y las hojas caían
sin angustia. Completamente inverosímiles.
Hoy recuerdo aquel viento
y aquellas hojas
con angustia. Así ha sido. Como en las películas.
Completamente inverosímil.
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