L’intermezzo de Heinrich Heine

Preludio

Es en el antiguo bosque,
Es en la selva encantada;
Se respira, el grato aroma
Que la flor del tilo exhala,
Y fulgor maravilloso
De la luna solitaria,
Mi corazón va llenando
De delicias olvidadas.
Andando voy, y a mi paso
El aire rompe su calma:
Es el ruiseñor que amores
Y penas de amores canta.
Canta el amor y sus penas,
Sus delicias y sus lágrimas;
Y llora tan tristemente,
Gíme con dulzura tanta,
Que mil sueños olvidados,
En mí mente se levantan.
Sigo andando, y en un claro
De la selva abandonada,
Ante mí miro un castillo
Que alza sus viejas murallas.
Cerradas miré las rejas,
Todo era tristeza y calma;
Creí que tras de los muros

Sólo la muerte habitaba.
Vi una esfinge misteriosa
Ante la puerta parada,
Cuyo aspecto a un tiempo mismo
Atraía y espantaba:
De león era su cuerpo,
De león eran sus garras,
Y de mujer su cabeza,
Sus flancos y sus espaldas.
¡Una hermosa prometía
Deleites con su mirada;
De sus labios arqueados,
En la sonrisa, vagaban
Promesas halagadoras,
Misteriosas esperanzas.
¡El ruiseñor en el bosque
Tan dulcemente cantaba!
Resistir no me fue dado,
Y desde que en hora infausta
Sellé con un beso ardiente
Aquella boca de lava,
Por un encanto invisible
Miré sujeta mi alma.
Viva tornose de pronto
Aquella marmórea estatua:
Suspiros, tiernos suspiros
De su pecho se escapaban,
Y con sed devoradora,
Anhelante, apresurada,
Bebió de mi ardiente beso

La devastadora llama.
Vi que hasta el último soplo,
De mi vida ella aspiraba,
Y que jadeante de goces,
Entre sus robustas garras
Mi pobre cuerpo cansado
Oprimía y desgarraba.
¡Goce y placer infinitos!
¡Dulce angustia! ¡Dicha amarga!
Mientras que de aquella boca
Los besos me embriagaban,
Sus duras unas mi cuerpo
Sembraban de rojas llagas.
-«¡Oh bella esfinge! ¡oh amor!
-El ruiseñor lejos canta.
-¿Por qué, di tantos dolores
A nuestras dichas enlazas?»
Revélame el triste enigma,
¡Amor! ¡esfinge adorada!
Que hace muchos, muchos siglos
Que en ellos piensa mi alma!»-

I
En mayo, cuando los gérmenes
Revientan de vida llenos,
Cuando brotan las semillas,
Brotó el amar en mi pecho.
En mayo, cuando las aves
Entonan sus cantos bellos,
Confesé a mi dulce amada
Mi pasión y mis deseos.

II
Mis lágrimas se truecan
En perfumadas flores,
Se tornan mis suspiros
Canoros ruiseñores;
Las flores, si me quieres,
Te entregarán su cáliz perfumado,
Y dejará escuchar ante tus rejas,
El ruiseñor su canto enamorado.

III
Aves y luces y flores
Otras veces amé yo;
Tú eres hoy mi amor tan solo,
Niña de mi dulce amor;
Tú, que eres a un mismo tiempo
Para mi ardiente pasión
La estrella, y el blanco lirio,
Y la paloma, y la flor.

IV
Olvido mis sinsabores
Cuando contemplo tus ojos,
Y embriagado de amores,
Al besar tus labios rojos
Cesan todos mis dolores.
Si en tu seno me reclino,
Me embarga goce divino;
Mas ¡ay! si dices «te amo,»
La frente en silencio inclino
Y amargo llanto derramo.

V
Ven y apoya tu semblante
Sobre mi semblante yerto,
Para que en una se fundan
Las lágrimas que vertemos.
Tu corazón contra el mío
Aprieta en abrazo estrecho,
Para que abrasarlos pueda
La llama de un solo fuego.
Y cuando de nuestro llanto
Corra el torrente deshecho
Sobre la llama que ardiente
Va nuestro ser consumiendo;
Y cuando ciña mi brazo
Tu talle leve y esbelto,
En un trasporte de dicha
Espiraré satisfecho.

VI
Quisiera que mi alma amante
Guardara de un blanco lirio
La corola perfumada,
Y que la flor anhelante
Entonara en su delirio
Una canción a mi amada.
Temblar la canción debía
Y en círculos palpitantes
Agitarse misteriosa
Como el bezo de ambrosía
Que en horas ¡ay! ya distantes
Me dio su boca de rosa.

VII
Siglo tras siglo, en la altura
Inmóviles las estrellas,
Al llegar la noche oscura
Se miran tristes y bellas
Con amorosa dulzura.
Su lenguaje luminoso
Por el espacio se extiende,
En el nocturno reposo,
Mas ningún sabio comprende
Su lenguaje misterioso.
Yo entiendo su voz callada
Y siempre la entenderé,
Que en el rostro de mi amada
Y en la luz de su mirada
Mi diccionario encontré.

VIII
Yo te llevaré, bien mío,
Sobre el ala de mis cantos,
Te llevaré hasta las frescas
Márgenes del Ganges sacro;
Que allí conozco un retiro
Misterioso y solitario.
Un jardín allí florece,
Un jardín abandonado,
De la luna misteriosa
Bajo los serenos rayos;
Y en él, las flores del loto
Su hermana están esperando
Ríen allí los jacintos
Y contemplan a los astros,
Y al oído se refieren
Las blancas rosas, en tanto,
Murmuraciones gozosas
Y sucesos perfumados.
Las inocentes gacelas,
Por escuchar sus relatos,
Se van con ligera planta
Hasta el jardín acercando,
Y en los azules confines
Del horizonte lejano
Solemnes ruedan las aguas
Del turbio río sagrado.
Allí, bajo las palmeras,
Detendremos nuestros pasos,
Y su sombra misteriosa
Llevará hasta nuestros párpados
Sueños de calma inefable
Y de celestial encanto.

IX
Soportar no puede el loto
Del sol los claros fulgores,
Y con la frente inclinada
Soñando espera la noche.
La luna, que es su adorada
Lo despierta con sus rayos,
Y él descubre ante sus besos
Su semblante perfumado.
Y la mira y se enrojece,
Y se eleva ante la brisa,
Y llora y gime de amores
Agonizante de dicha.

X
Por las ondas retratada
Del Rhin, que la ciñe amante,
Se alza la torre elevada,
De la catedral gigante
De Colonia la sagrada.
Dentro del templo sagrado
Y sobre cuero dorado
Hay pintada una figura:
Ella mi existencia oscura
De fulgores ha llenado.
Entre ángeles y entre flores
Sonríen sus labios rojos,
Y sus ojos seductores
Son iguales a los ojos
Del ángel de mis amores.

XI
No me quieres, no me quieres,
Y no lloro tu desdén;
Mientras yo vea tus ojos
Más feliz que un rey seré.
Que me aborreces me dicen
Tus rojos labios, ¡mi bien!
Déjame besar tus labios
Y así me consolaré.

XII
¡Oh! no jures y abrázame tan sólo;
No creo en juramentos de mujeres.
Dulce es tu voz, ¡mi bien! pero es más dulce
El beso que arrebato a tus desdenes.
Yo te poseo, y juzgo las promesas
Soplo vano que el viento desvanece.
Yo creo en tus palabras de consuelo;
¡Oh! jura, amada mía, jura siempre;
Yo me juzgo dichoso al reclinarme
Sobre tu seno de animada nieve;
Yo creo, luz de la existencia mía,
Que me amará tu pecho eternamente,
Y todavía aun más, si el pensamiento,
Algo más que lo eterno soñar puede.

XIII
Sobre los ojos de mi bien amada,
¡Cuántos hermosos cantos he escrito!
¡Cuánto terceto dulce
Hice a la boca de mi bien querido!
¡Y qué canción tan tierna y tan hermosa,
Qué espléndido soneto
A su infiel corazón escrito hubiera,
Si un corazón guardara allá en su pecho
Si un corazón allá en su pecho tuviera
Si ella en su pecho guardara mi corazón.

XIV
Cada día es el mundo más absurdo.
¡Es estúpido el mundo! ¡el mundo es necio!
De ti dice, pequeña hermosa mía,
Que es irascible y desigual tu genio.
Peor a cada instante te conoce;
¡Es estúpido el mundo! ¡el mundo es necio!
No sabe cómo enervan tus abrazos
Y cómo abrasan tus ardientes besos.

XV
Preciso es que tú hoy al fin me lo confieses.
¿Eres acaso tú vano delirio,
Sueño que del cerebro del poeta
Nace en las tardes del ardiente estío?
Pero no, que una boca tan riente,
Que miradas tan dulces y tan tiernas,
Que un sér tan cariñoso, un ser tan bello,
Jamás pudo crearlos el poeta.
Basílicas, dragones y vampiros,
Endriagos y animales fabulosos,
Del poeta la ardiente fantasía
Deshacer y crear puede a su antojo.
Pero tú y tu malicia encantadora,
Y tu cara riente y hechicera,
Y tus dulces y pérfidas miradas
Jamás pudo crearlas el poeta.

XVI
En todo el esplendor de su hermosura
Como Venus saliendo de las ondas,
Brilla hoy mi amada en toda su belleza,
Celébranse hoy sus bodas.
¡Paciente corazón! ¡corazón mío!…
No le guardes rencor por sus traiciones;
¡Sufre y perdona a tu adorada loca,
Tus horribles dolores!

XVII
Rencor yo no te guardo,
Aunque mi pecho herido se desgarra.
¡Mi dulce amor perdido para siempre!
El tocado nupcial hoy te engalana,
Pero ni un solo rayo de tus joyas
Ilumina la noche de tu alma.
Lo sé hace mucho tiempo;
Yo te he visto flotar en mis delirios;
El fondo vi de tu alma, vi los áspides.
Que allí serpean con ardor sombrío,
Y cómo tú en el fondo desdichada
Eres también, amada mía, he visto.

XVIII
Si tú eres desdichada, y te perdono,
¡Ambos debemos ser desventurados!
¡Hasta que al fin la muerte nos sorprenda.
Debemos ser desventurados ambos!
Veo la mofa, que voltea alegre
En torno de tus labios;
Veo el brillo insolente de tus ojos;
Veo el orgullo hinchando
Tu seno, y «miserable, miserable
Eres cual yo» me digo sin embargo.
Tus labios mueve sufrimiento oculto:
Duerme una amarga lágrima en tus párpados
Y en quejas tristes de secreta pena
Está tu seno altivo rebosando:
¡Amada de mi vida,
Los dos debemos ser desventurados!

XIX
¿Acaso ya has olvidado
Que fue mío en otro tiempo
Tu pequeño corazón?
Tan bello y falso, que nada
Ni más falso ni más bello
Nunca en el mundo existió.
¿Acaso ya has olvidado
Cuando a la par mi existencia
Minaban pena y amor?
No sé decir si más grande
Era el amor o la pena;
Sé que eran grandes los dos.

XX
Si supieran las flores
Cuán triste y lacerado
Está mi corazón, derramarían
De sus perfumes, en mi herida, el bálsamo.
Si supieran las aves
Cuán triste y cuán enfermo
Estoy, alegres cantos
Dieran, por distraer mi pena, al viento.
Si las estrellas de oro
Conocieran mi pena,
El cielo dejarían y a prestarme
Consuelos de fulgores descendieran.
Pero ¡ay! que nadie puede
Conocer mi quebranto;
Ella sólo lo sabe,
Ella, que el corazón me ha destrozado.

XXI
¿Por qué, dí, me dijiste, están las rosas
Tan pálidas? ¿Por qué?
¿Por qué en el verde césped las violetas
Tan marchitas se ven?
¿Por qué en el aire canta
Con voz tan melancólica la alondra?
¿Por qué los bosquecillos de jazmines
Dan a las brisas funerario aroma?
¿Por qué con luz tan triste y tan helada
El sol el prado alumbra?
¿Por qué la tierra toda
Sombría y gris está como una tumba?
¿Por qué estoy yo tan triste y tan enfermo?
Amada de mi vida, dímelo.
Oh, díme, sí, ¿por qué me abandonaste,
Amada de mi ardiente corazón?

XXII
¡Cuánto aumentaron mi pesada cuenta
Con sus quejas, mi amor!
Mas lo que abruma en realidad mi alma
No te lo han dicho, no.
Ante tí la cabeza sacudieron
Con aire grave y docto,
Y me llamaron «diablo» en tu presencia
Y lo creíste todo.
Y con todo, ¡mi bien! lo más amargo,
Eso no te lo han dicho;
Lo peor, lo más necio, lo más triste,
Está en mi corazón bien escondido.

XXIII
Los tilos florecían
Cantaba el ruiseñor;
Reía en el espacio
Alegre el claro sol;
Tu brazo contemplaba
Ceñido en torno mío,
Y alegre me estrechaste contra el pecho,
Por el amor y la ventura henchido.
Caían ya las hojas;
Crecían los arroyos;
El sol nos contemplaba
Con apagados ojos,
Helados nuestros labios
Un frío «adiós» dijeron,
Y tú me hiciste con gentil finura
El más ceremonioso cumplimiento.

XXIV
Mucho, mí bien, nos hemos adorado,
Y con todo, jamás nos ofendimos.
Siendo niños, hermosa, cuántas veces
A la mujer jugamos y al marido,
Y nunca. sin embargo, en nuestros juegos
Quedamos disgustados ni aburridos.
Más tarde, en los azares de la vida
Hemos gozado juntos y reído,
Y tiernos besos como en otros días
Sellaron a la par nuestro cariño.
Por último, el recuerdo despertando
De la niñez dichosa, que perdimos
Jugando al escondite, las praderas
Y la selva y el bosque hemos corrido,
Y escondernos supimos de tal modo
Que nunca hemos de hallarnos, dueño mío.

XXV
Fuiste fiel a mi amor; por mucho tiempo
Interés inspiráronte mis penas,
Y amante, consolaste y asististe
Mi dolor y mi angustia y mis miserias.
Tú me diste manjares y bebidas;
Tú llenaste mi bolsa de dinero,
Y ropa y pasaporte para el viaje
Me preparaste con celoso anhelo.
¡Amor mío! que Dios por muchos años
Te preserve del frío y del calor,
«Y que nunca del bien que tú me has hecho
Te recompense Dios.»

XXVI
Mientras yo mi regreso retardaba
En tierra extraña delirando loco,
Parecióle a mi bien larga la espera,
Mandóse preparar nupcial adorno,
Y el arco amante de sus lindos brazos
Al más necio tendió de los esposos.
¡Es mi amada tan dulce y tan hermosa!
Aun su imagen fulgura ante mis ojos;
De los suyos, las frescas violetas,
Las rosas inmarchitas de su rostro,
Y el lirio de su frente inmaculada
Florecientes se ven el año todo.
Creer que pude alejarme yo del lado
De ser tan celestial y tan hermoso;
Creer que alejarme pude, fue el más grande
Y necio error de mis errores todos.

XXVII
Angel de mis amores, cuando duermas,
En la fosa sombría,
Yo bajaré a tu lado, y en tu tumba
Me clavaré en silencio de rodillas.
Con fuerte abrazo te sujeto, loco;
Tú estás muda y helada;
Gemidos palpitantes y suspiros
En confuso rumor mí pecho exhala.
Es media noche: en grupos pavorosos,
Los muertos van danzando;
Sólo en el fondo de la tumba helada
Nosotros quedaremos abrazados.
Y cuando llame la eternal trompeta
Los muertos al tormento o a la dicha,
Nosotros en la tumba quedaremos
Para siempre abrazados vida mía.

XXVIII
Un pino se alza en la cumbre
De un monte del Norte helado.
Sueña; la nieve y el hielo
Lo envuelven con su sudario.
Sueña con una palmera
Que en el Oriente lejano,
Se alza solitaria y triste
Sobre un peñón abrasado.

XXIX
-¡Ay! si yo fuese -la cabeza dice-El
escabel tan sólo de tus plantas,
Me hollarían tus pies, y de mis labios
Ni una queja tan sólo se escapara.
-¡Ah! -dice el corazón- si el acerico
Fuese yo donde clava sus agujas,
Sangre me arrancarían sus punzadas,
Y tal dolor juzgara yo ventura.
-¡Ah! si el roto papel -la canción dice-Fuera
yo con el cual sus trenzas riza,
¡Cuán quedo, en sus oídos murmurara
Cuanto vive en mi sér y en mí respira!

XXX
De mi labio huyó la risa.
A la par que ella de mí;
A mi lado llueven chistes,
Pero no puedo reír.
Tampoco el llanto a mi pecho
Consuelo le presta ya;
Mi corazón se desgarra,
Pero no puedo llorar.

XXXI
De mis penas voy formando
Mil canciones, que agitando
Su bello plumaje de oro,
Al corazón van volando
De la que sufriendo adoro.
Y después que allí han llegado,
Tristes vuelven a mi lado
Y se aumenta mi aflicción,
Y no dicen qué han hallado
Dentro de su corazón.

XXXII
Olvidar jamás yo puedo
Mi amor, mi dulce adorada,
Que fueron en otros días
Míos tu cuerpo y tu alma.
Yo aun quisiera de tu cuerpo
La esbeltez encantadora
Poseer; pero tu alma,
Tu alma, niña, es otra cosa;
Que la entierren si les place…
¡Me basta la mía sola!
Mi alma, ¡amor de mis amores!
Que yo en dos partir deseo,
Infiltrar media en tus venas,
Y unirme a ti en lazo eterno,
Para formar para siempre
Un todo de alma y de cuerpo.

XXXIII
Gentes endomingadas se pasean,
Por bosques y por prados,
Con gritos de alegría y con cabriolas
La natura esplendente saludando.
Miran con dulces ojos la romántica
Flora que nace, los verdores nuevos;
Van del gorrión la lenta melodía
En sus largas orejas absorbiendo
Yo en tanto, triste, en mi ventana corro
Cortinaje sombrío;
Me vale en pleno día una visita
De mis espectros ¡ay! siempre queridos.
Mi muerte amor también al cabo llega;
Viene del reino en que la sombra vaga,
A mi lado se sienta, y en silencio
Mi pecho traspasando van sus lágrimas.

XXXIV
Imágenes venturosas
De los tiempos de mi dicha
Salen de la tumba, y veo
Cuál fue, junto a ti, mi vida.
Soñando yo por las calles
Vagaba durante el día;
Con lástima y con espanto
Los vecinos me veían.
¡Tan demacrado y tan triste
Mi semblante aparecía!
Era mejor por la noche,
Desiertas las calles frías,
Errábamos yo y mi sombra
En callada compañía.
Con paso sonante el puente
Midiendo mis plantas iban;
Traspasando con sus rayos
Las nevadas nebecillas,
La luna me saludaba
Con seria melancolía.
Ante tu ventana inmóviles
Mis plantas se detenían,
Y tu ventana mirando,
Sangre el corazón vertía.
Yo sé bien que muchas noches
Desde tu ventana, niña,
Me has mirado, y que has podido
Ver, a la luz indecisa
De la alta luna, mi sombra
Como una columna flia.

XXXV
Un joven ama a una niña
Que de otro ansía el amor,
Pero éste se une con otra
En quien cifra su ilusión.
Con cualquiera se une entonces
La olvidada, en su rencor,
Y la pena hiere el pecho
Del que primero la amó.
Vieja historia que renace
Del mundo entre el ronco hervor,
Y que a aquel a quien sucede
Le destroza el corazón.

XXXVI
Cuando llega hasta mi oído
La canción ¿ay que mi amor
Cantaba en tiempo que ha huido,
Paréceme que rendido
Voy a morir de dolor.
Una aspiración oscura,
Del bosque triste a la altura
Con fuerza extraña me guía,
Y allí, en llanto de amargura
Se trueca la pena mía.

XXXVII
Soñé: era una princesa de mejillas
Frescas, húmedas, pálidas.
Bajo los verdes tilos reclinados,
Nuestros amantes brazos se enlazaban.
-El trono de tu padre no deseo,
Ni su cetro de oro ,
Ni ansío su corona de diamantes:
Yo quiero, flor de amor, tu amor tan sólo.
-«No es posible, -me dijo;- de la tumba
Yo habito el fondo helado.
Sólo de noche a ti venir yo puedo,
Y vengo porque te amo.»

XXXVIII
¡Eterno amor de mi vida!
Era una noche serena;
Sentados juntos estábamos
En una nave ligera,
Y cruzábamos en calma
Por mar tranquila é inmensa.
Las islas de los espíritus
Dibujaban sus riberas
Bajo la luz de la luna,
Que el éter cruzaba lenta;
Llegaban de allí las brisas
De dulces acordes llenas,
Y allí nebulosas danzas
Cruzaban el cielo aéreas.
Los misteriosos sonidos
Cada vez más dulces eran;
A cada instante la danza
Cruzaba más placentera,
Y ¡ay! sin embargo, nosotros,
Devorados por la pena,
Sin esperanza bogábamos
Por aquella mar inmensa.

XXXIX
Te amé, y te amo todavía,
Y si el mundo sucumbiera,
Entre su ruina ardería
Y hasta el cielo subiría
De mi amor la eterna hoguera.

XL
De la aurora a los fulgores
Cruzaba el jardín hermoso,
Cuchicheaban las flores;
Yo pensando en mis dolores
Caminaba silencioso.
Las flores, que murmuraban,
Con compasión me miraban:
-«No aborrezcas anhelante
A nuestra hermana, -gritaban,-Sombrío
y pálido amante.»

XLI
Mi pasión desesperada
Brilla en su lujo sombrío
Como una historia arrancada
Al Oriente, y relatada
En una noche de estío
Por un jardín caminaban
Dos amantes: no sonaban
Ni un rumor ni voz alguna;
Los ruiseñores cantaban;
Brillaba la casta luna.
Ella se paró gozosa;
A sus pies el caballero
Hundió la frente orgullosa;
Mas… vino el gigante fiero
Y huyó temblando la hermosa.
El doncel ensangrentado
Al cabo rueda sin brío;
El gigante se ha ocultado;
Enterrad mi cuerpo frío,
Y está el cuento terminado.

XLII
¡Cuánto me han hecho sufrir,
Y llorar y padecer,
Las unas con su cariño,
Las otras con su desdén!
Sobre mi pan y mi copa
Derramaron el dolor,
Las unas con su del precio,
Las otras con su pasión.
Mas la que con más tormentos
Logró mi vida amargar,
Ni despreció mis amores,
Ni amor me tuvo jamás.

XLIII
Tu rostro, dueño adorado,
Besa el estío brillante
Con su fulgor sonrosado,
Y en tu pecho, palpitante
Está el invierno encerrado.
Mas tal vez, pronto, bien mío,
Como nada existe eterna,
Extenderá el hado impío
Sobre tu rostro el invierno,
Sobre tu pecho el estío.

XLIV
Cuando a dos que se idolatran,
Separa el destino adverso,
Lloran y se dan la mano,
Y suspiran sin consuelo.
No lloraron nuestros ojos,
Ni nuestros labios gimieron;
Llanto y suspiros de pena
Nos atormentaron luego.

XLV.
Hablaban del amor, problema eterno,
Junto a una mesa, donde el té humeaba,
Haciendo de él, estética los hombres,
Sentimiento las damas.
«Siempre el amor platónico ser debe,»
Dijo con calma el flaco consejero;
La consejera suspiró al oírlo,
Mientras huyó un suspiro de su pecho.
Entre bostezos murmuró el canónigo:
«El amor sensüal es vil pecado
Que el alma pierde y la salud destroza.»
«¿Por qué?» pensó la joven entretanto.
«¡Ay! -dijo la Condesa- amor fue siempre
Pasión que eleva al infinito el alma.»
Y después al Barón, tierna y amable,
Con cortesía presentó una taza.
Aun quedaba un lugar junto a la mesa,
Y faltabas, bien mío,
Tú, que también tus sabias opiniones,
Tal vez, sobre el amor, hubieras dicho.

XLVI
Están envenenadas mis canciones,
¿Cómo no, vida mía?
Tú el veneno has vertido
Sobre la flor hermosa de mi vida.
Están envenenadas mis canciones,
¿Y cómo no, bien mío?
Serpientes mil mi corazón enlazan,
Y en él vas tú además, dueño querido.

XLVII
Volví a soñar bajo los altos tilos;
Hermosa noche estábamos,
Y de amor y de dicha en el exceso,
Fidelidad eterna nos jurábamos.
Seguía la promesa a la promesa
Entre ósculos ardientes;
Porque yo no olvidase un juramento,
Señalaste mi mano con tus dientes.
¡Oh! Dulce bien de los azules ojos
Y blanca dentadura,
El juramento, a mi entender, bastaba;
Sobraba, a no dudar, la mordedura.

XLVIII
A la cumbre subí, y ardi6 en mi pecho
Sentimental locura:
-Si un pájaro yo fuese,-Exclamé
suspirando con ternura,
Si fuera yo la golondrina errante,
Hacia tí volaría,
Y mi pequeño nido
De tu ventana en la cornisa haría.
Hacia tí volaría niña hermosa,
Si fuera ruiseñor,
Y en la enramada oyeras
De noche las canciones de mi amor.
Y si un canario fuese, también, loco,
Hacia tu corazón volando fuera,
Que sé, mi bien, que los canarios amas,
Y que te alegra su canción parlera.

XLIX
Lloraba porque en sueños
Te contemplaba muerta;
Despierto al fin me ví, copioso llanto
Surcaba ardiente mis mejillas yertas.
Lloraba porque en sueños
Ví que me abandonabas;
Después de despertar, aun mucho tiempo
Vertí en silencio lágrimas amargas.
Lloraba porque en sueños
Miré que aun me querías;
Desperté, y el torrente de mis lágrimas
Aun corre por mis pálidas mejillas.

L
Todas las noches, en mis tristes sueños,
Sonriendo te miro,
Y caigo, amante, suspirando loco
Ante tus pies queridos.
Me miras con tristeza, sacudiendo
Tu cabecita rubia,
Y por tus ojos de tu amargo llanto
Corren las perlas húmedas.
Y me dices muy bajo una palabra,
Y de rosas me entregas blanco ramo,
Y al despertar el ramo ya no existe
Y la palabra aquella he olvidado.

LI
Revuelve el viento la lluvia
De la noche entre las sombras:
¿Qué hará el ángel de mi vida?
¿Qué hará mi amor a estas horas?
Yo la veo en su ventana
Llenos los ojos de llanto,
Sus pupilas celestiales
En las tinieblas clavando.

LII
La selva azota viento penetrante;
Muda la noche tiende su sudario;
En capa gris envuelto, palpitante
Cruzo a caballo el bosque solitario.
Mis locos pensamientos bulliciosos
A mi corcel le sirven de avanzada,
Y ligeros me llevan, y gozosos,
Hasta el rico palacio de mi amada.
Ladran los perros con inquieto brío;
Con antorchas los pajes aparecen;
Subo, y sobre el marmóreo graderío
Mis espuelas sonando se estremecen.
En cámara de luces adornada,
Entre un ambiente tibio y perfumado,
Mi dulce bien espera mi llegada,
Y entre sus brazos caigo enamorado.
En tanto, el viento lúgubre murmura
Entre las ramas de la vieja encina:
«¿Dónde vas, paladín de la locura?
¿Dónde tu loco sueño te encamina?»

LIII
De su luciente morada
Se ha desprendido una estrella;
El astro de los amores
Que desciende hasta la tierra.
De los bosques se desprenden
Blancas flores y hojas secas,
Que arrastran regocijados
Los vientos en su carrera.
Canta el cisne en el estanque
Y de la arilla se aleja;
Calla su voz, y en las aguas
Su fosa líquida encuentra.
Huyeron hojas y flores;
Todo es silencio y tinieblas;
El astro se hundió en el polvo;
La voz de cisne no suena.

LIV
Un sueño me ha trasladado
A un castillo gigantesco,
Donde, entre tibios vapores
Y fulgores y destellos,
Muchedumbre abigarrada
Invadía con estruendo
El laberinto confuso
De ricos compartimientos.
Buscaba la turba pálida
La salida, con anhelo,
Retorciéndose las manos
Y con angustia gimiendo.
Se mezclaban con la turba
Las damas y caballeros,
Y yo mismo me vi pronto
En aquel tumulto envuelto.
De pronto me encontré solo,
Y me pregunté en silencio
Cómo pudo aquella turba
Desvanecerse tan presto.
Corrí; crucé desalado
Intrincados aposentos
Que a mi vista se extendían
En laberinto siniestro.
Eran cada vez mis pasos
Más pesados y más lentos;
Invadía helada, triste,
Fría angustia mi cerebro,
Y de hallar una salida
Ya dudaba en mi despecho.
Veo al fin la última puerta
Abrirla anhelante intento;
¿Mas quién ¡oh Dios! me detiene
Cuando salvarme deseo?
Era mi amada, que estaba
Ante la puerta en silencio,
Con el suspiro en los labios
Y en la frente el desconsuelo:
Volví hacia atrás, que me hacía
Su mano signo siniestro;
Pero ¿era aviso o reproche?
No podía comprenderlo.
Brillaba en sus claros ojos
Tan dulce y amante fuego,
Que aceleró sus latidos
Mi corazón en el pecho.
Y mientras que me miraba
Con aquel aire severo,
Mas tan lleno de dulzura
Y amor, me encontré despierto.

LV
En noche fría y triste, paseaba
Por el bosque sombrío mi tristeza,
Y el árbol que a mi paso despertaba,
Compasivo inclinaba la cabeza.
LVI
Yacen bajo la tierra los suicidas,
Al final de la negra encrucijada,
Y allí crece una humilde florecilla.
La flor azul del alma condenada.
Era la noche silenciosa y muda;
Llegué a la encrucijada suspirando;
Ante el fulgor de la amarilla luna
Aquella flor azul miré oscilando.

LVII
Me envuelve la sombra oscura,
Desde que tus ojos bellos
No alumbran con sus destellos
Mi camino de amargura.
Del amor y la alegría
No veo el astro brillante;
Tengo el abismo delante;
Trágame, noche sombría.

LVIII
Plomo en mi boca, en mi pupila sombra,
La mente entorpecida,
Y el corazón cansado,
En el fondo de un féretro gemía.
Después de haber dormido mucho tiempo
Se despertó mi alma.
Me pareció que oía
Alguno que a mi tumba se acercaba.
-«¿No quieres levantarte, Enrique mío?
El día eterno brilla,
Los muertos ya se alzaron,
Comienza al cabo la perpetua dicha.
-No puedo levantarme, amada mía;
Mírame bien, soy ciego;
Tanto por tí he llorado,
Que al fin mis ojos se quedaron secos.
-Enrique, con mis besos, de tus ojos
Ahuyentaré la noche;
Es preciso que veas
Los ángeles y el cielo y los fulgores.
-No puedo levantarme, amada mía;
La herida que tu lengua
Abrió en mi pecho amante,
Aun mana sangre y permanece abierta.

-Sobre tu corazón tan sólo, Enrique,
Apoyaré mi mano
No manará más sangre;
De aquella herida quedarás curado.
-No puedo levantarme, amada mía:
Tengo herida la frente;
Una bala de plomo metí en ella
Cuando me enloquecieron tus desdenes.
-Enrique, con los bucles de mi pelo
Yo cerraré tu herida,
Restañaré tu sangre
Y volverá a tu pecho la alegría.»
No pude resistir; era tan dulce
La voz que me llamaba,
Que quise levantarme
Y correr al encuentro de mi amada.
Y se abrieron de pronto mis heridas,
Y la sangre mis sienes y mi pecho
Anegó en turbulentas oleadas,
Y desperté llorando de mi sueño.

Epílogo

Enterrar quiero mis cantos,
Quiero enterrar mis quimeras;
Féretro insondable quiero,
Fosa necesito inmensa.
Ha de guardar muchas cosas
El ataúd bajo tierra;
Quiero que tenga más fondo
Que el tonel de Heidelberga.
Buscadme féretro duro,
De planchas fuertes y espesas,
Aun más largo que el gran puente
Que hay sobre el Rhin en Magencia.
Y buscad doce gigantes
De más vigor y más fuerza
Que el enorme San Cristóbal
Que hay de Colonia en la iglesia.
Que lo arrojen al profundo
Seno de la mar inmensa;
Que tal ataúd, tal fosa
Es necesario que tenga.
¿Sabéis ¡ay! por qué es preciso
Que enorme el féretro sea?
Porque en él enterrar quiero
Mis amores y mis penas.

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