Amada, mira en tu propio corazón,
el árbol sagrado crece allí;
de la alegría surgen las ramas sagradas
y todas las flores estremecidas que ellas dan.
Los cambiantes colores de sus frutos
son dote de alegre luz para las estrellas;
la certeza de su escondida raíz
ha plantado silencio en la noche;
el agitarse de su frondosa cabeza
donó su melodía a las olas
y desposaron la música con mis labios,
susurrando para ti hechicera canción.
Allí van los Amores en círculos,
el círculo llameante de nuestros días,
girando en espiral de un lado a otro
por esos vastos e ignorantes caminos frondosos;
al recordar ese pelo agitado
y cómo se disparan las sandalias aladas,
tus ojos se llenan de tierna solicitud:
amada, mira en tu propio corazón.
No mires más en el espejo amargo
que demonios, con astucia sutil,
muestran ante nosotros cuando pasan;
o mira sólo un instante;
pues crece allí una imagen fatal
que recibe la noche tormentosa,
raíces casi cubiertas por las nieves,
cortadas ramas, ennegrecidas hojas.
Pues todo deviene esterilidad
en el espejo opaco que los demonios sostienen,
el espejo de exterior abatimiento
hecho cuando Dios durmiera en tiempo antiguo.
Allí, por las ramas partidas, andan
los cuervos de inquietante pensamiento;
volando, clamorosos, de un lugar a otro,
con garra cruel y garganta hambrienta,
o se detienen y olfatean el viento
y agitan las raídas alas; ¡ay!,
tus ojos dulces se tornan crueles:
no mires más en el espejo amargo.
Versión de Enrique Caracciolo Trejo