Aludra dejó aquel inédito: Viajes solares…
¿Era un sueño ese sur sarraceno y sarraceno?
¿Guardaba un mundo acre la íntima piel del durazno?
En compañía de aquel pintor mexicano
penetramos los vastos reinos ilimítrofes del Sahel…
Y aunque aquel mundo de sol y serpientes
se volvía en la noche corzo de agua y caricioso tigre,
el pintor insistía en el fondo del viaje:
Llegar -aún muy brevemente- al centro del desierto,
donde Aludra situó la plenitud.
Marún y Hasim dispusieron tiendas,
fruta, música, y los viejos ciegos, guiadores…
Aún parecía que el primitivo regazo del placer
alargaría sus manos y sus piernas dulces, desveladas…
Y aquella noche antigua
(porque hacia el interior las estrellas fulgen tan cerca)
un líquido amoroso nos impregnó
los dedos y los labios en sedas
de aquellos oscuros Marún y Hasim, azules,
cuando el cuerpo perfecciona la música…
El pintor dijo a Gustavo Sendón: Es extraño,
siento que morir no importaría, no se sentiría
en este momento…
La amanecida -naranja y rosa- parecía blanda.
El esplendor llegó más tarde.
La luz del sol, la perfección de la luz,
lo vuelven piedra cuarzo,
y es tan geométrico el rayo,
tan exacta la caída
y tan sublime el transparente poliedro
ígneo y puro,
que la vida deja de existir. Desaparece enteramente.
Porque en la perfección -narró el profesor- nunca hay vida.
Apenas podíamos movernos. El sol mataba el agua
y agrietaba los labios;
la perfección -que es de un solo color-
genera un laberinto. La luz da a la luz
y el cristal al cristal: Monumentos de vidrio.
Marún y Hasim -de húmeda cintura- murieron
sin llegar a Tombuctú.
Y al pintor y a mí, casi exhaustos, cubiertos de llagas,
nos recogió un cuerpo de la Legión Extranjera, no supimos
adónde…
La perfección está justo antes de la perfección.
Igual que el placer y la dicha brotan, maravillosos,
la víspera del festivo.
Pues nunca vemos, amigo, lo que no está profundamente oculto.
Los monasterios más ocultos de Luis Antonio de Villena
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