Qué bandada de horas hacia nunca más aprovecha el viento
a favor,
qué brusco aleteo cuando todas las aves han callado,
cuando de las acacias risas secas escapan huyendo hacia el
final
o ese hombre entre las estatuas entristecidas y las fuentes que
vigilan su honra
mientras el agua desenreda su elocuencia
y la luna quebrada juzga tu quehacer.
Cuando callaron los vencejos
un ladrón volvió al cruce de calles dirigiendo a la luna
inéditas súplicas,
llamándola hoja de olivo y sal de la noche,
extrañas invocaciones que ignora el poeta,
entre piedras, sobre el pavimento, caído
al costado del hotel Wellington
donde declina su porvenir asombrado por la luna
bajo un pálido claro de letra. Esta era la escena.
Y vio cómo la flota de las horas naufragaba en la noche,
en el agua oscura, entre las estrellas,
con todas las velas sueltas se hundía entre las sábanas,
negaba hasta tu lecho.
MANTUA de Blanca Andreu
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