Esa mañana de luz encrucijada
lo vivido del polen,
el ansia en convulsión
y un abrazo que parece ser el último,
dejaban cristalinas
casi transparentes veladuras
en el desasosiego del lecho
tendido entre las flores.
No se mide un instante
ni dura en precisión
más o más.
No existe, tampoco, una boca
que aprehenda a otra boca
más allá de su anhelar;
un ala es un espacio
que deja
de ser
para transformarse en grito, espasmo
o vuelta: sustancia del origen.
Yo no dije que te amaba
porque el tiempo habría triturado mis huesos
aun antes de que esta página cayera en abandono.
No te dije nada.
Juntos, la luz brotaba celular y desmedida
y tú emprendiste seriamente el vuelo,
sin llorar.
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