Ya no va más. La voz ha enmudecido.
El envite final se ha consumado.
Varón mortalecido,
Cristo comienza su reinado.
Jugó y perdió. Ganó, sencillamente.
De la cruz pende el Hombre, de la pena
pende ya la alegría. Dulcemente,
se viene al suelo la cadena.
Libre es el hombre. Cae
un terrible silencio sobre la tierra oscura.
Crece la niebla y tras
de la mano la hiel y la amargura.
Crece el remordimiento. «Ciertamente,
era el Hijo de Dios». Erguido sobre el monte,
el Hijo de Dios vivo ha muerto. Enfrente,
tiembla de soledad la piel del horizonte.
Cruje el suelo, se rompe bajo el Crucificado.
La noche se desata en tempestades.
Derrama sangre y agua la fuente del costado.
Y el velo de los cielos se rasga en dos mitades.
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