Plena mujer. La siesta diluía,
en sus huesos de flauta melodiosa,
frutos y miel. La arteria rumorosa
bajo la piel sus cálices corría.
Un zumbido de abejas circuía
sus oídos. El vaho de la rosa,
la movible nariz, en mariposa
de alillas agitadas convertía.
Se desvelaba el sueño entre su frente
cuando el ala del lino le rozaba
el cuerpo de pereza y de serpiente.
la sangre la mordía, y si lloraba,
virgen de abrazos, yerma de simiente,
con besos de sí misma se besaba.
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