Nací a la orilla del desierto. Hijo de la sal y el vértigo, miembros anquilosados por la lengua de arena que nos forma. Somos todos prófugos del viento. Aquí ocurre que no hay agua, sino estéril sed y sonoro silencio. Ocurre que la falda de una mujer suda la materia de nuestros ruegos. No viene la sombra con su pálido insomnio, con su rosa fugitiva y los cristales enemigos del sueño.
Huimos como todos los que regresan. Más desviados pero más perdidos.
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