A los pies de la cama, oí el ruido
y a mi grito aterrado se encendieron las luces
y el alforzado traje de abombado organdí
que desde ayer pendía de la lámpara
y el viso de rayón, y la enagua crujiente
de batista, y el ingrávido velo
ya no estaban. El sedoso papel
que cien recordatorios contenía
apareció rasgado por la alfombra.
Hasta la verde alberca, atropellando lirios,
asido el roto tul al arco del rosal,
corrías con mis ropas ataviado.
Entre harapos de algas te sacaron inerte,
los pómulos tan blancos que muerto te creyera.
Y sonreí triunfante, midiendo por tu envidia
mi ventaja.
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