Desgajado el ciprés, rota la lira,
Mal concertado el susto con el canto,
empiece el triste númen que me inspira
a dar tímida voz envuelta en llanto;
Que mal entre congojas se respira,
Que poco explica quien padece tanto;
Pero si he de cantar, sea el tormento
El que sirva esta vez por instrumento.
Amaba yo a Petronio gneroso
Ufana de que fuese hermano mío,
Miraba que a su genio belicoso
Las Gracias asistían sin desvío,
No desdeñando al joven animoso
Docta, canora, sonorosa Clío;
Gracias y Musas se unen a elevarle
Y las Furias y Parca a derribarle.
Heredó de Cantabria el ardimiento,
Imitó del Gran Noja las acciones,
Advertido ilustró su entendimiento
Tomando de Minerva las lecciones;
Supo dar a su empleo cumplimiento,
Supo también robar las aficiones
Cuando en el regio Nápoles florido
Brilló gallardo y se explicó entendido.
Del Betis caudaloso en la ribera
Festivo divirtió los cortos años
Logrando en la fortuna lisonjera
Los aplausos de propios y extraños;
Corrió veloz, y al fin de la carrera
Enseñó a los mortales desengaños,
Dejando entre cenizas sepultado
El valor adquirido y heredado.
Cuando el sabio Pastor americano
Sulcaba el golfo por gozar su esposa,
El furor atrevido de Vulcano
Arrojó al vaso llama pavorosa;
Diestro Petronio, con activa mano
Cortó el incendio y dio quietud dichosa
A los que ya entre sustos desmayaban
en vista de la muerte que esperaban.
No experimentó en Tolon el triste estrago
Cuando en nave fatal dio providencia
De un sitio a otro discurriendo vago,
Armado de valor y de prudencia.
El mismo fuego le sirvió de halago;
No naufragó, que la alta Providencia
A más glorioso fin le reservaba
En morir por la fe que profesaba.
Del mar funesto el agua procelosa
Anegaba sangrienta el roto pino,
Riesgos surca la gente lastimosa
Sin rumbo, sin aliento, sin destino;
Más avistando (bien que temerosa)
A la excelsa colonia de Barquino,
En su noble piedad hallaron puerto,
Petronio triste y Olivares muerto.
Cercábame el dolor un triste día
En que más su peligro imaginaba,
A su seguridad le persuadía
Mi voz, que en los afectos se animaba;
Desatendió la justa pena mía
Porque de los temores se burlaba,
Y en la causa infeliz de mis enojos
Líquido el corazon corrió a los ojos.
Volvió Petronio al mar y bramó el viento
Enmudecen tritones y sirenas
Ronco sonó el bélico instrumento,
Infausto anuncio de futuras penas;
Sólo Petronio, instado de su aliento
Pisó ardiente las húmedas arenas
Por acercarse al término preciso
De que el mismo nacer le dio el aviso.
¿Adónde vas, Petronio valeroso?
Huye del golfo, que Neptuno airado
Oculta en su domino proceloso
Agareno furor de fuego armado;
Pero en vano es el ruego cariñoso
Que el corazón te envidia lastimado;
Magnánimo, constante, fiel y fuerte,
mi voz no escuchas por buscar tu muerte.
Descúbrense las naves enemigas;
Da la española al viento la bandera,
Corta veloz las olas cristalinas,
Apresa a la otomana más velera;
Petronio, con azañas peregrinas
Mayor victoria conseguir espera;
A seguir a la que huye se previene,
Cuando su misma muerte le detiene.
Bárbara mano, ¿cómo así atrevida,
Con el fuego y el plomo has conspirado
contra el cántabro bello, cuya vida
En su perfecta edad has marchitado?
De su valor el Africa ofendida
Envidiosa, tirana se ha mostrado
Y el infiel Ismael el tiro ha hecho
En el rosado blanco de su pecho.
Admirable divina providencia
Independiente en tus operaciones,
¿Cómo al inmenso abismo de tu ciencia
Podrán sondear humanas conprehensiones?
Yo imagino, Señor, que fue clemencia
Al alma libertar de sus prisiones;
Tu juicio adoro, y víctima te ofrezco
Con el dolor intenso que padezco.
Murió Petronio, y el ingrato olvido
También cruel su nombre ha sepultado;
No hubo laurel, que desdeñoso ha huido
De un mérito, aunque heroico, desgraciado;
Sólo la bella tropa en quien ha sido
Por sus amable prendas estimado,
De su heroicidad imprime historia
En el terso papel de la memoria.
Octavas a la memoria de su hermano don Pedro de Helguero de María Nicolasa de Helguero y Alvarado
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