Acariciando lenta su reposo,
la mirada se abre en el paisaje
creado por la suma de los tonos
que se miran y no se reconocen.
Recoge el espesor de cada nube
y la frágil sombra
levemente instalada por su paso.
Serena y suspendida,
la luz va convocando lo que toca.
Las piedras incontadas
los árboles sin dueño
la tierra desnuda y sin noticia
de su nombre y los días
que recorren el paisaje
infinito, invisible, imaginario.
Inhabitado y sin voz
desaparece cuando se lo olvida
y todos sus tonos se entregan a la noche.
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